Te odio. Cada vez que oigo tu voz, tu risa, tus pasos ligeros por el pasillo, el fru-frú que hacen tus malditos pantalones, mis músculos se tensan, como si estuviera dispuesta a tirarme por la ventana de un quinto piso simplemente para evitarte. Mis ojos no quieren verte, mis oídos no quieren escucharte, te quiero evitar a toda costa. Deseo a toda costa que no te acerques más a mi, que te alejes de mi casa, que te alejes del aula, que te alejes de mi vida. Deseo que esos ojos dejen de mirarme, que me intentes descifrar con tu mente, y el ceño fruncido. Me recorre un escalofrío helado, como un sorbo de agua después de un caramelo de menta, que me deja quieta en el lugar. Deseo que me dejes. Deseo que te marches. Deseo, deseo, deseo. Te quiero lejos... o eso lo que creo que deseo. Te odio tanto, que a veces creo que me equivoco.