sábado, julio 9

Un mundo de colores

Todo el mundo en el pueblo decía que estaba loco, pero Agatha lo negaba. ¿Como podía alguien loco hacer cosas tan bonitas? Siempre que lo decía, los taberneros se reían de ella. Le pidieron que lo echara por no pagar su cerveza. Asintió con cara triste, y la pequeña niña con su vestido azul y su girasol en el pelo se dirigió hacía él.
- Lo siento, Vincent, mi tío dice que te vayas.-su voz sonaba triste y apagada.
- No te pongas triste, las niñas con girasoles no deben estar tristes, ¿no?- su leve acento holandés era divertido, y tenía un pequeño amago de sonrisa.
Agatha asintió, y quitándose el girasol de la trenza, se lo dio. Vincent se quedó parado, cogiéndolo, dejando que la sonrisa inundará su rostro. Ella río levemente.
- Tu lo necesitas más que yo, entonces. Prométeme que me dejarás ver tus cuadros...
- Prometido, pequeña.- respondió él, con una lágrima cayendo por su mejilla. Acarició la cabeza de Agatha, se colocó su gorro de paja, y marchó caminando lentamente, con sus pinturas y caballetes, a los campos.
Ella estaba convencida que llegaría lejos con sus bellos cuadros llenos de colores, pues los girasoles siempre traen buena suerte.

3 comentarios:

  1. :]
    muy bonito, cómo has dejado el blog (porque El cielo es el límite). Seguro que a Vincent le fue genial... a nadie con un nombre tan requetebonito como ése y blandiendo un girasol le puede ir mal. porque pintar ya es sentirse bien, en el cielo... así que nada puede empeorarlo.

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